Aproximadamente en el año 1200, se usaba para expresar "no lograr un propósito" y también para indicar que algo "deja de existir o funcionar, llega a su fin." A principios del siglo XIII, se utilizaba para señalar que alguien "no cumple con las expectativas o el rendimiento esperado." Proviene del francés antiguo falir, que significaba "faltar, no tener éxito, agotarse, errar, decepcionar" (en francés moderno, faillir). Este término se deriva del latín vulgar *fallire, que a su vez proviene del latín clásico fallere, que significaba "hacer tropezar, causar una caída." En un sentido figurado, también se usaba para "engañar, burlar, eludir o fallar." De Vaan rastrea su origen hasta una raíz del protoindoeuropeo que significaba "tropezar," y que también dio lugar a palabras en sánscrito como skhalate ("tropezar, fallar"), en persa medio como škarwidan ("tropezar, tambalearse"), en griego como sphallein ("hacer caer") y sphallomai ("caer"), y en armenio como sxalem ("tropezar, fallar"). Si esta conexión es correcta, el significado en latín podría haber evolucionado de "tropezar" a "engañar." Palabras relacionadas incluyen Failed y failing.
Reemplazó al inglés antiguo abreoðan. Desde aproximadamente el año 1200 se usaba para indicar "no lograr un propósito" y también para expresar que algo "deja de existir o funcionar." A principios del siglo XIII, se utilizaba para señalar que alguien "no cumple con las expectativas."
Desde mediados del siglo XIII, se aplicaba a alimentos, productos, etc., para indicar que "se agotan o se usan por completo." Alrededor del año 1300, se refería a cultivos, semillas y tierras. También desde aproximadamente el año 1300, se usaba para describir la "pérdida de vigor o fuerza" en personas, comenzando a usarse en este sentido a mediados del siglo XIV. Desde finales del siglo XIV, se aplicaba a objetos materiales para indicar que "se rompen o se descomponen."